Mucha gente viaja a Lisboa pero pocos se atreven a descubrir su auténtica alma, que se encuentra escondida en las calles estrechas, silenciosas y empinadas del barrio de Alfama.
Toda la larga y agitada historia de la capital portuguesa está contenida en este precioso y tradicional barrio que se extiende como un inmenso abanico de tejados rojos desde lo alto del Castelo de Sâo Jorge hasta la misma orilla del Tajo.
Cristianos, musulmanes y judíos
Fueron los árabes quienes construyeron la vieja Al Hamma, el embrión de este barrio, llamado así por la presencia de manantiales de aguas termales que funcionaron como pequeños balnearios hasta bien entrado el siglo XX.
Durante siglos allí convivieron musulmanes, cristianos y judíos, más o menos de forma pacífica. Todos ellos dejaron numerosos vestigios de su presencia, los cuales han llegado hasta nosotros gracias a un milagro: Alfama fue uno de los pocos barrios de la ciudad que sobrevivió al devastador terremoto de 1755 que convirtió a la elegante Lisboa en un inmenso campo de escombros.
El tranvía nº 28
La mejor manera de adentrarse en el laberinto urbano de Alfama es tomar el famoso tranvía nº 28 que trepa hasta lo alto del Castillo. La otra opción es hacer el recorrido a pie (hay que estar preparado para subir cuestas y escaleras de piedra), deteniéndonos en sus rincones y descubriendo balcones floridos, minúsculas plazas, acogedores restaurantes...
Además, en Alfama aún hoy es posible escuchar fados auténticos, no espectáculos artificiales diseñados para turistas. No en vano allí se halla el Museu do Fado, construido sobre un antiguo depósito de aguas.
Al final del día, los miradores de Alfama se convierten en los rincones más románticos de Lisboa. La guinda perfecta para un día en el barrio más genuino de la capital portuguesa.
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