¿Un puerto pirata en las costas de la Bretaña francesa? No, no nos hemos vuelto locos. La ciudad de Saint Maló, parada imprescindible en cualquier Ruta por Bretaña que se precie, fue durante siglos un foco de piratería, y algo de esa esencia ha quedado impregnada aún en sus calles, sus murallas y su atmósfera.
La ciudadela de St. Malo es una fortificación de plata cuadrada que se levanta a orillas del Canal de La Mancha, en el norte de Francia. Está conectada con el continente por dos lenguas de tierra, ofreciendo una imagen fantástica, impecable y eminentemente turística. Una imagen de la prosperidad.
Corsarios y piratas
Pero no siempre fue así: en los siglos XVI y XVII, este era uno de los lugares más pobres de Francia. Sus habitantes, empujados por la miseria, se embarcaban a una aventura incierta en ultramar, en busca de una vida mejor, yendo a parar a las frías costas de Canadá y de América del Sur (fueron los habitantes de St.Malo, los malouins, quienes dieron nombre a las islas Malvinas). Y muchos de ellos acabaron dedicándose al corso y la piratería, encontrando siempre refugio en este puerto.
Hay que pasear por las murallas, donde el viento sopla fuerte. Allí se encuentra la estatua del más famoso de estos piratas de St. Malo: Surcouf, destacando entre bastiones, bolas de cañón, torres de defensa y pequeños islotes cercanos en los que se construyeron más fortificaciones para la ciudadela.
En el interior de la ciudadela, las preciosas calles empedradas están llenas de restaurantes marineros y tiendas de recuerdos donde predomina la temática náutica. El souvenir más típico de la ciudad es el icónico jersey blanco con rayas horizontales azules, el "uniforme oficial" de pirata. Y además, cuando la marea lo permite, quien lo desee puede nadar en las playas de Saint Servan y des Sablons.
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